ENTRE LIBROS Y PUÑETAZOS: Cuando el Mundo Literario se Volvió Contra Mí


A pesar de las emociones encontradas que me despierta, he decidido abordar públicamente un incidente que sucedió hace doce años, ya que estamos en un momento histórico en el que la denuncia se ha vuelto crucial. La violencia de género utilizada con fines políticos se ha convertido en una práctica lamentablemente común. Incluso en círculos culturales de México, se ha observado este tipo de descomposición, quedando al descubierto la simulación que encubre con formas y protocolos a individuos cuya integridad ética y profesional, es solo en apariencia. Mi experiencia personal es otro ejemplo de este fenómeno social.

Dicho momento, uno de los más desafiantes de mi vida tuvo lugar el 11 de noviembre de 2011, fecha que resultó ser cabalística (11/11/11). Ese día, después de asistir al Festival de Literatura del Noroeste, llevado a cabo en el Centro Cultural de Tijuana, y en compañía de la poeta Elizabeth Cazessús, fuimos invitados a visitar la galería Roho de la pintora Rocío Hoffman, pareja del poeta Francisco Morales. Esta reunión se llevó a cabo dentro del complejo del Rosarito Beach Hotel, y marcaría un punto de quiebre en mi vida, aunque en ese momento no era consciente de la tragedia que estaba a punto de desencadenarse.

Realizamos el viaje en el automóvil de Elizabeth Cazessús, y llegamos aquella noche fresca y envuelta en neblina. Hasta ese momento, todo había transcurrido sin contratiempos. En la galería, nos reunimos varios escritores en un rincón para continuar conversando. En particular, tengo un vívido recuerdo de Ramón Cota Meza (1950), filósofo y narrador de Santa Rosalía, quien me cautivó con sus fascinantes anécdotas sobre el sur de Baja California. Mientras estábamos inmersos en la charla, Elizabeth Cazessús y Rocío Hoffman preparaban la botana a mis espaldas, y a mi derecha, Francisco Morales (1940) y la poeta de Sonora, Fidelia Caballero (1972) bailaban de manera romántica al compás de la música. De reojo, logré captar un breve momento de complicidad entre ellos, lo cual me sorprendió al considerar que Fidelia aparentemente era pareja de Ramón Cota Meza, con quien yo estaba conversando. Personalmente, nada de esto me inquieta, pero resulta significativo y me trae a la memoria los primeros capítulos de la novela «Los 120 días de Sodoma» del Marqués de Sade, en los que los cuatro gobernantes protagonistas se casan entre sí con sus hijas para consolidar su alianza. Aunque esta observación podría parecer fuera de contexto, se ajusta al propósito de esta crónica, al igual que las fechas de nacimiento de algunos de los protagonistas.

Ramón Cota Meza continuó hablando sin inmutarse por la escena, la conversación dio un giro y empezamos a debatir sobre política. Ahora, que conozco los antecedentes de Ramón como un escritor y crítico de la administración gubernamental de AMLO, lo cual plasma en sus publicaciones en revistas de corte conservador como Letras Libres (Enrique Krauze) y Replicante (Rogelio Villarreal), puedo entender por qué la discusión se volvió acalorada y la tensión fue en aumento. Durante el debate, Raúl Acevedo Savín, mejor conocido como Jeff Durango (1959), poeta y Director en Editorial Unison de la Universidad de Sonora, estaba sentado al lado de Ramón. Yo, por mi parte, me encontraba en un banquito bastante bajo, pero me puse de pie al percatarme de que la discusión se estaba intensificando.

De repente, Fidelia Caballero se soltó de los brazos de Francisco Morales y se dirigió hacia mí, lanzándome gritos como una persona desequilibrada, desbordando improperios y acusaciones que hasta este momento desconozco de dónde sacó. Antes del inicio del festival, no había tenido ningún encuentro con Fidelia Caballero y no tenía conocimiento de su existencia ni mucho menos de sus antecedentes oscuros como «borracha y agresora de poetas», fama que se ganó según se rumorea, al supuestamente romperle una botella de cerveza en la cabeza a un escritor, no se aclara si fue en el festival «Horas de Junio» o «Lunas de Octubre». Por unos momentos, quedé desconcertado ante su desproporcionado ataque, vulgar y ofensivo, típico de los autores sonorenses que practican la «leperatura». No entendía por qué me estaba agrediendo, ya que en ese momento ni siquiera estaba discutiendo con ella. En medio de la confusión de palabras cruzadas, solo logré soltar un grito de «¡Cállate!» y me volví a sentar en el banquito, que estaba ubicado aproximadamente a tres metros de distancia de Fidelia.

Enfadado por su irrupción apoyé los codos en mis rodillas y me cubrí la cabeza con las manos durante unos instantes, lo cual Fidelia aprovechó para intentar propinarme una patada en la cara. La altura del banquito y mi posición dejaban mi cabeza expuesta, como si fuera un balón de fútbol para que ella lo pateara. Por el rabillo del ojo logré ver venir su pierna desde mi flanco izquierdo y, de manera instintiva, bloqueé la patada con mi brazo y contraataqué automáticamente con un golpe recto de derecha que detuve en seco al sentir que mis nudillos se hundían en el área entre su labio superior y su nariz. Pude presenciar cómo su rostro de sorpresa e incredulidad se deformaba mientras ella retrocedía, dando pasos hasta caer sentada en una silla que se encontraba al otro lado.

A pesar de que el puñetazo fue directo, su impacto fue controlado. Prueba de ello está en la foto que Fidelia Caballero mostró al día siguiente cortada a media cara, porque no se atrevió a mostrar el rostro completo, no porque lo tuviera destrozado, sino porque solo le quedaron marcados mi dos nudillos en el surco nasolabial, haciéndole ver como Hitler interpretado por Chaplin. Realmente su imagen fue tragicómica. Ektor Henrique Charkoman, conocido abogado y bloguero de Tijuana, fue quien al ver la foto la apodó como la «Chuky», posiblemente porque físicamente tiene una apariencia de «tomboy».

Fidelia cayó sentada en la silla, atónita con lo que había sucedido, ya que segundos antes se sentía segura de que su agresión sería como cualquier otra que había perpetrado antes, creyó que su patada se hundiría en mi rostro y que yo, pasivamente como todos esos escritores marcados por la creencia de que defenderse de una golpeadora de hombres es de “cobardes”, no haría nada y me quedaría con la cara amoratada, o ensangrentada. Nunca se imaginó que a partir de aquella noche su reinado de abusos se toparía con mi puño de indignación. Me levanté y comencé a caminar en dirección opuesta hacia la puerta. En ese momento, el literato de la Universidad de Sonora, Jeff Durango, al parecer un aficionado al fútbol americano, se puso de pie y se abalanzó hacia mí como un toro, embistiéndome por la espalda con su hombro izquierdo en mi dorsal derecho, y ambos caímos al suelo abrazados. Si hubiera deseado seguir peleando, habría podido golpear fácilmente su rostro, pero decidí levantarme diciéndole “¡Quítate!”, y salí de inmediato de la galería Roho.

Una vez afuera, me quedé respirando el aire fresco de Rosarito hasta que Elizabeth Cazessús salió y me sugirió que nos retiráramos a Tijuana. El día siguiente, sábado 12 de noviembre, fue un día gris, y tanto física como moralmente agotador. Cazessús se ofreció a cubrir los gastos médicos de Fidelia en mi nombre, pero ésta rechazó el ofrecimiento. Más tarde me enteré de que Fidelia protagonizó otro escándalo, esta vez en el Centro Cultural Tijuana, donde aparentemente tuvo que ser encamillada y llevada a una ambulancia debido a una reacción alérgica a las drogas que ella misma se había automedicado. Fidelia nunca presentó una demanda ante las autoridades. Una semana después del incidente, el viernes 18 de noviembre, publicó un libelo en el semanario Zeta argumentando que no me había demandado porque, al ser yo un «junior», escaparía de la justicia gracias a mis influencias, con el claro propósito de auto justificarse, puesto que ya había decidido hacerse «justicia» por su propia mano, desatando un linchamiento en mi contra en las redes sociales, donde decenas de sus seguidores se unieron en una turba de insultos, acusaciones exageradas, distorsiones y maldiciones. Nunca antes en mi vida me había enfrentado a semejante masa de irracionalidad furiosa. Afortunadamente, el linchamiento se limitó al ámbito digital.

De esta horda de comentarios resaltan algunos de escritores asistentes al Festival de Literatura del Noroeste, 2011, los comparto tal como aparecieron en Facebook: El 14 de noviembre, el Doctor Miguel Ángel Quemain (1961), terapeuta, escritor y conductor del programa Primer Movimiento de Radio UNAM, publicó sin confirmar sus prejuicios en el muro de Fidelia; «Qué basura de machín. Debe tener bien a raya a su mujer si lo defendió cómo relatan y si consideran que tu tuviste la culpa por sacar de sus casillas al alcohólico de quinta…». Ese mismo día, Luis Alfredo Gastelum (1982), egresado de la UABC en Lengua y Literatura de Hispanoamérica, publicó otro «culto» mensaje en solidaridad con Fidelia Caballero, cito textualmente: «Siento mucho que te llevaras de Tijuana una experiencia tan mala como la de toparte con ese pendejete, con ese animal. Todos estamos contigo y haremos lo posible para que reciba su merecido, de una manera u otra…» El mismo 14 de noviembre, Jeff Durango compartió a Fidelia y Cazesseús en redes sociales un meme con una cita de John Lennon que decía: «You have to be a bastard to make it, and that’s a fact» («Tienes que ser un bastardo para triunfar, y eso es un hecho»). Menciono estas publicaciones porque no solo buscan encubrir con simpatía la fama de «borracha golpeadora» de Fidelia Caballero sino que reflejan la hipocresía y la simulación de estos “literatos”, y no se diga la bajeza expresiva, digna de cantina, del «terapeuta» que opera desde la UNAM.

Lo realmente sorprendente fue que muchos de aquéllos que se habían sentido agraviados anteriormente por mis artículos publicados en el suplemento Identidades de El Mexicano y por nuestras discusiones en redes sociales, aprovecharon la situación para unirse a la turba que exigía mi cabeza. Pilar de Pina, quien fue directora del IMAC, me insultó; Leobardo Sarabia, otro ex director de la misma institución, hizo lo mismo, y su compañera Ava Ordorica se comunicó conmigo por correo electrónico para explicarme que, para calmar los ánimos de la turba, la agraviada exigía una disculpa pública. ¡Qué cinismo! Yo había sido el objeto de este ataque verbal y físico injustificado, pero ahora Caballero fingía ser una «modesta víctima», y quería que me humillara públicamente creyendo que me sometería a sus peticiones. Pero no sucedió. No me declaré culpable. Mi dignidad y sentido de justicia me lo impidieron, ya que el golpe fue en legítima defensa y no fue dirigido hacia una dama, sino hacia una mujer con obvios problemas por su alcoholismo, y con una historia de violencia hacia otros escritores; una sociópata que se aprovechaba de su condición de mujer para humillar a los demás, debido a su promiscua gerontofilia se sentía protegida por los patriarcas grises del endogámico círculo literario del noroeste. Me sentía como un prisionero que había sido juzgado injustamente pero que mantenía su inocencia hasta el final. Fue entonces cuando me enfrenté al dilema del hombre contemporáneo: existen mujeres horribles que se esconden tras su género para ofender y humillar, y desafían al hombre a caer en el drama violento; si éste reacciona, es tachado de «misógino», y si no lo hace, es considerado un «cobarde».

Pero las cosas no se detuvieron ahí. El 18 de noviembre, apareció en Facebook otro panfleto titulado «En Sororidad con la escritora Fidelia Caballero Cervantes», difundido por el «PUDH Ibero Tijuana» desde su perfil llamado «HUELLAS, un espacio de voz a tus derechos». El sitio parecía haber sido creado específicamente para esa ocasión, ya que no mostraba evidencia de una trayectoria significativa, lo cual resultaba bastante extraño viniendo de la Universidad Iberoamericana. El propósito del anterior panfleto era recolectar firmas en apoyo a Fidelia, sin embargo, al final de la carta, solo aparecían dos nombres: Sara Amelia Espinosa Islas y Cristina Franco Abundis.

Sara Amelia Espinosa Islas era profesora del Programa Universitario de Derechos Humanos Tijuana, y es autora del libro «Familias de elección: hogares conformados por madres lesbianas» (2005), trabajó para el Instituto Nacional de las Mujeres y el Instituto para la Mujer del Estado de Baja California en 2019. Cristina Franco Abundis, su pareja, es docente de la UABC Tijuana, de la escuela Unifront Gastronomía Tijuana, y apoya en Casa Arcoiris (albergue temporal). Franco declaró en Facebook el 15 de noviembre 2018, cito con sus errores: «Como tijuananense puedo decirlo, no son minorias las posturas racistas, nazistas. Son la mayoria, una ciudad oscurantista, egolotra, donde si pudieran orquestarian un genocidio, quizas es un estado de tristeza y rabia. Pero, son todos los tintes estrategicos del nazismo.»

La carta en sororidad con Fidelia Caballero estaba plagada de errores en su descripción del incidente. En primer lugar, afirmaba que los hechos ocurrieron en Tijuana, cuando en realidad tuvieron lugar en Rosarito. Además, tergiversaban la situación al presentarla como si hubiera sido provocada por «osar debatirle y cuestionar la palabra emanada de un patriarca», con la clara intención de retratar a Fidelia como una víctima indefensa. Era evidente que esta versión distorsionada buscaba pintarme como un «misógino y agresor». Incluso se atrevieron a incluir a Elizabeth Cazessús como mi «esposa», cuando en realidad ni siquiera vivíamos juntos. Además, la acusaron de tener una «mentalidad colonial, racista y, por ende, patriarcal», simplemente por haberme defendido; sin tomar en cuenta que Cazessús le había ofrecido ayuda médica a Fidelia, la cual ella rechazó.

Indignado por esa serie de mentiras maquilladas con el tono académico y adornadas con el logo institucional, decidí investigar y encontrar una forma de comunicarme con el Programa Universitario de Derechos Humanos Tijuana. En el sitio web de la Universidad Iberoamericana busqué los nombres de las maestras que firmaron el panfleto. En el organigrama el primer nombre que encontré fue el de «Sara Amelia Espinosa Islas», junto con su número de teléfono y horario de oficina. Reuniendo valor, decidí llamarla de inmediato.

Espinosa nunca se imaginó que me atrevería a confrontarla por teléfono. Al contestar mi llamada, me identifiqué, y la increpé directamente sobre cómo su carta era un libelo disfrazado de «sororidad», ya que los hechos habían sido distorsionados y se proporcionaba información falsa. La amenacé con emprender acciones legales por difamación contra la universidad si no retiraba la carta de inmediato. No pasaron ni cinco minutos cuando el panfleto desapareció del perfil de HUELLAS.

Sin embargo, el viernes 25 de noviembre, en la publicación del Facebook apareció otro comentario del PUDH, involucrando al poeta de Tecate, Roberto Castillo. Decía: «…gran profesor reconocido por nuestra institución fue una de las tantas personas que presenciaron tan vergonzoso acto de violencia». Pero la verdad es que Roberto Castillo nunca estuvo presente en el lugar de los hechos.

Para entonces, el caso había perdido impulso, ya que prácticamente yo había desactivado todos los intentos de difamar mi reputación, revelando puntualmente cada calumnia. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. Horacio Salamanca, al parecer estudiante de Derecho de la Universidad de Guadalajara, preocupado por el uso del nombre de la Universidad Iberoamericana, y después de haber leído y considerado los dichos publicados en la tira de comentarios por los directamente involucrados en los hechos —Fidelia Caballero, Jeff Durango, Francisco Morales, Rocío Hoffman y Gerardo Navarro—, concluyó: «Por lo que he leído, se ha ofrecido la posibilidad de comparecer ante un juez, lo cual es un derecho tanto de la víctima como del acusado. Si, como la carta [del PUDH] señala, se busca el respeto a los derechos humanos, se debe apelar al respeto por la ley y su correcto uso».

Quedó en evidencia la deshonestidad e hipocresía de la pareja de «feministas», Sara Amelia Espinosa Islas y Cristina Franco Abundis, quienes, basadas en los dichos de una alcohólica, no dudaron en cometer el grave error de utilizar a la institución para respaldar sus falsas acusaciones, alterando los hechos, difamando a terceros e intentando llevar la mentira por encima de la justicia y hasta sus últimas consecuencias. No dudaron por un instante en poner su integridad profesional a favor de la calumnia y el odio hacia los hombres, y creyeron salirse con la suya arropándose con la bandera de los derechos humanos y la bandera LGTB. El veredicto de Salamanca puso fin a esta campaña difamatoria. Lo único que pudieron lograr estas mafias de la literatura y la academia fue que les perdiera el respeto como seres humanos y profesionales, y ellos a su vez vetarme del circuito literario nacional. Esto me lo confirmó la poeta, Leticia Luna, extitular de la Coordinación Nacional de Literatura (CNL) del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). Por esta razón, a pesar de que sigo escribiendo, publicando y viviendo del comercio de libros, no participo en eventos literarios institucionales.

Espero que esta crónica del incidente, tan delicado, vergonzoso y complejo, provoque la reflexión sobre la intrincada red de relaciones exclusivas que persiste entre los escritores, y que revele la corrupción endogámica que se oculta bajo el manto de las capillas y festivales literarios, facultades universitarias y los círculos feministas/LGTB en México.

Anexo a esta crónica los documentos que prueban cada una de mis afirmaciones con capturas de pantalla que he guardado por 12 años, la única evidencia del caso. Además, las fotos personales que se exhiben públicamente en los muros de los involucrados y que demuestran los lazos de complicidad filial y profesional, y sus prácticas de excesos etílicos. Desde esta crónica, es posible que podamos comprender la razón detrás de la decisión del presidente AMLO de reducir el presupuesto asignado al ámbito de la cultura. No obstante, es importante explorar cuántos casos similares existen en cada disciplina artística y en todas las esferas culturales, artísticas y educativas del país. ¿Cuántos casos han quedado en el olvido debido al silencio, la vergüenza y la complicidad? Es imperativo tomar medidas urgentes para purgar las instituciones culturales de los vestigios del humanismo burgués, los privilegios, la corrupción y la impunidad.