LIBERTAD O LIBERTINAJE, El imperativo del goce


La línea que divide la libertad del libertinaje a menudo se desdibuja, planteando la interrogante sobre dónde comienza una y dónde termina la otra. La libertad individual, ejemplificada por nuestro vecino que reproduce su música a todo volumen, proclama su derecho con un enérgico «¡Es mi libertad!». Sin embargo, la genuina libertad no puede existir sin responsabilidad, sin considerar el impacto de nuestras acciones en el mundo que nos rodea.

Esta falta de responsabilidad y empatía hacia los demás exhibida por nuestro vecino refleja una visión distorsionada de la libertad. En lugar de buscar un equilibrio entre su libertad y el bienestar comunitario, actúa de manera egoísta, priorizando su disfrute personal sin considerar las consecuencias. Esta actitud, lejos de ser libertad, se convierte en una excusa para la irresponsabilidad, perturbando la tranquilidad de los demás y socavando el tejido social.

La verdadera libertad, por otro lado, requiere conciencia de nuestras acciones y consideración hacia los demás. Implica un equilibrio entre ejercer nuestras libertades individuales y reconocer que vivimos en una sociedad donde nuestras acciones impactan en los demás. La falta de responsabilidad del vecino en cuestión refleja una visión limitada y egoísta de la libertad que mina el bienestar común y la armonía en el vecindario.

El sistema consumista y publicitario ha desempeñado un papel fundamental en distorsionar la libertad, exacerbando los sentidos y los placeres sensoriales como supuestas manifestaciones de libertad. En esta dinámica, el disfrute hedonista y material se ha convertido en un mandato omnipresente que impone una búsqueda constante de placer y gratificación inmediata.

Bajo esta influencia, la libertad se ha reducido a un consumo desenfrenado, donde la acumulación de bienes y la satisfacción de deseos materiales se perciben como indicadores de éxito y realización personal. Este enfoque consumista ha creado un paradigma donde la adquisición de productos y la búsqueda del placer sensual se consideran expresiones de libertad, a pesar de ser efímeras y superficiales.

En este contexto, el goce y el placer se han convertido en un mandato profundamente microfascista que busca controlar al individuo a través de los excesos y la irracionalidad. Las estrategias publicitarias y de marketing explotan los deseos y emociones humanas para impulsar la compra compulsiva, promoviendo una mentalidad consumista que subyuga la verdadera libertad individual.

Esta deformación de la libertad en el ámbito consumista y publicitario limita la autonomía y perpetúa un ciclo de deseos insaciables, creando una ilusión de libertad mientras se mantiene un control sutil sobre los individuos. Es esencial reflexionar sobre estas influencias y cuestionar la verdadera naturaleza de la libertad en un contexto consumista, reconociendo que la auténtica libertad implica una elección consciente y responsable basada en valores más profundos que trascienden los placeres efímeros y la manipulación comercial.
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En la nueva normalidad post pandemia, se ha generado una cultura en la que el hedonismo exacerbado y el consumismo compulsivo han adquirido un papel central. En este contexto, el énfasis en el goce y la búsqueda del placer se ha vuelto imperativo, eclipsando la importancia de aprender del dolor y el sufrimiento humano. Esta obsesión por el goce ha llevado a una debilidad de carácter en los individuos, quienes evaden enfrentar la realidad de sus vidas y justifican su condición de abandono con la frase «lo personal es político».

Esta idea distorsionada sostiene que el goce personal es un logro político y aparentemente revolucionario. Sin embargo, en realidad, esta mentalidad se vuelve reaccionaria al encarcelar la acción política dentro del ámbito del goce individual. Al enfocarse exclusivamente en la satisfacción personal, se descuida la responsabilidad colectiva y se evita el compromiso con los desafíos sociales y políticos más amplios.

Esta cultura del goce individual y el consumismo compulsivo ha creado una sociedad superficial y desconectada, en la cual el enfrentamiento de la realidad y el compromiso con la transformación social se ven socavados. En lugar de abordar los problemas y desafíos de manera colectiva, se prioriza la gratificación instantánea y la evasión de los problemas a través del consumo y la búsqueda constante de placeres efímeros.

Es importante reconocer que el aprendizaje del dolor y el sufrimiento humano es fundamental para el crecimiento individual y la construcción de una sociedad más justa y empática. Al evadir estas experiencias y encerrarse en la burbuja del goce individual, se limita la capacidad de comprender y abordar los problemas y desigualdades que afectan a la comunidad en su conjunto.